mmontoya
6 min readOct 13, 2019

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La Región Más Transparente

Debo aclarar — antes de iniciar éste repaso— que ingreso a la obra de Fuentes no sin la contaminación de ciertas nociones preconcebidas, y no de las buenas, por cierto. Sabia actitud del joven es aprender a rumiar sus temas en silencio, puesto que lanzar opiniones públicas (y sostenerlas) es por lo general privilegio de la madurez. Así pues: el grupo de amigos mayores con el que me reunía en mi adolescencia tenía en muy poco las obras de Paz y de Fuentes y siempre me recomendaron evitarlas en beneficio de Reyes y de Rulfo. En general el consejo no es malo, después de todo primero los primeros. Pero eso fue hace mucho tiempo y ahora me he podido sentar a leer La región más transparente dueño ya de mis modestos pero propios poderes.

Luego de cuatro días de leer tumbado en un blando tatami japonés, he concluido LRMT en una tarde lluviosa de septiembre, y lo primero que uno piensa luego de terminar la novela es que el autor no logró alcanzar una buena homogeneidad en la calidad de la obra. Fuentes fue un hombre atento e inteligente y gracias a ello es capaz de entregar diálogos populares auténticos y amenos, muchos de esos episodios son vivos hasta lo chispeante, son un reflejo de la vitalidad y la rapidez mental que el autor logró retratar. Por otra parte, muchas de las remembranzas que entregan los protagonistas revelan una intuición narrativa inteligente y muchas veces sólida. El soliloquio con el que Federico Robles intenta justificar su podrida corrupción es cosa notable por su elocuencia y su vigor. También son un deleite los diálogos grupales en las fiestas del jet-set de la época, en ellos podemos descubrir — con cierto asombro — que los jóvenes de 1958 usaban un caló que muchos jóvenes contemporáneos podrían considerar posterior a la década de los 60. Nuestra generación da por sentada ésta forma de escribir, íntima y cruda al mismo tiempo, pero en su momento fue una novedad que abrió el paso a nuevas voces. Es una feliz importación que refleja en las letras lo que la Generación de la Ruptura fue en las artes plásticas. El cosmopolitismo de Fuentes siempre fue uno de sus mejores atributos pues funcionó como correa transportadora de lo externo a lo nacional y de regreso. Si en la década del 30 se decía que México estaba borracho de sí mismo, al final de los 50 ya estaba sumido en los ascos de la cruda. La obra de Fuentes ayudó de forma destacada a hacer aquella transición.

Por supuesto, como chilango de varias generaciones, existe considerable placer en intentar revivir la vida chilanga de hace setenta años, cuando ni Tlatelolco ni CU existían, Xochimilco era “la provincia” y la diáfana vista de los volcanes era cosa cotidiana.

Bueno, ahora lo malo: hay otros momentos en los que el relato en turno se malogra y entonces uno debe remar activamente para que la novela funcione, lo deshilvanado de las historias y su falta de desarrollo (como veremos) impiden crear una tensión narrativa que abarque toda la novela. El autor, al paso de los años, sin duda se percató de estas deficiencias pues alguna vez confesó:

“La novela, como se sabe, está fundada en una estructura muy parecida a la sociedad que describo: es chiclosa, a medio cocinar, deforme. Caótica como la sociedad de México”.

Alfonso Reyes calificó a la novela como “una porquería”, el autor — con todo derecho — defendió a su criatura argumentando que el maestro regiomontano veía a la literatura desde una visión “clásica”. Pero éste intento de presentar un escenario de modernos contra dinosaurios no se basa en la evidencia. Reyes siempre alentó y apreció tipos de literatura que difícilmente pueden considerarse “clásicos”, incluyendo a Neruda. Toda una generación de jóvenes escritores argentinos (incluyendo el desdichado caso de Girondo) recibió el apoyo del embajador mexicano mientras éste vivió en Buenos Aires. Yo creo que Reyes inevitablemente — puesto que estamos hablando de un crítico literario de una calidad excepcionalencontró a LRMT demasiado primeriza, remendada y tosca. Yo, por mi parte, no creo que sea una porquería, hay demasiadas cosas notables en el libro.

Dos, en mi opinión, son las faltas fundamentales de LRMT: su incapacidad de crear personajes de carne y sangre, y su desdén por el proceso de desarrollo.

El personaje que intenta darle un hilo central (y un tono moral) a la obra, Ixca Cienfuegos, es una especie de monstruo-fantasma de rasgos indígenas que además (inexplicablemente) se tira a una señora muy guapa. Al final de la novela Cienfuegos sigue siendo tan enigmático para nosotros como al inicio, con el agregado de que ahora sentimos cierta repulsión y fastidio hacia él. Hasta donde alcanzo a ver, Fuentes trató de crear en Ixca un personaje éticamente superior y admirable, una especie de consciencia que aguijonea transversalmente todo el relato, pero a lo largo de la narración esa percepción nunca se concreta. El problema es que Cienfuegos es demasiadas cosas juntas — desde incipiente Raskolnikov hasta atávico espíritu etéreo, cruel ídolo azteca mezclado con un Mauricio Garcés que toma daiquiris en Acapulco — sin embargo, todos esos retazos no nos alcanzan para construir a una persona real. Pero él no es la excepción: a lo largo de las 470 páginas de la novela no aparece un solo personaje ya no digamos querible, sino meramente memorable, todos son pedazos de cartón que entran a escena, exclaman sus brillantes líneas y se marchan. De paso también habría que mencionar que ciertos personajes “extranjeros” (Príncipe Vampa, Contessa Aspacúccoli) ahora quizás nos resultan no sólo cursis sino, peor, inverosímiles

Esta carencia de personajes reales contamina todo: el diálogo entre Rodrigo e Ixca en la habitación del primero es desesperante por lo superficial, la reacción de Robles ante su estrepitosa caída es incomprensible y caricaturesca, la relación entre Norma e Ixca roza lo absurdo, lo que muchas veces se refleja en lo desafortunado de los diálogos: “te voy a ahorcar hasta que la lengua se te ponga negra como aguacate maduro”, dice Ixca mientras aprieta el cuello de su amante.

Norma, uno de los personajes centrales de la historia, pasa de un elevado pensamiento complejo a la trivialidad más vulgar como si tomase una poción similar a la que convierte al Dr. Jekyll en Mr. Hide. Una vez más no sabemos quién es ésta persona que se nos presenta. A ratos el autor le hace decir frases de golfa fina, a ratos es Lizaveta Nikolaevna.

Fuentes puede considerarse un escritor que supo relatar, pero que encontraba difícil el describir. Es por ello que despliega lo mejor de si cuando tiene un relato concreto entre manos y sucintamente se apega a contarlo, entonces la novela toma vuelo y uno disfruta por muchas páginas de ese estilo sabroso y asentado que Fuentes puede lograr.

Otra de las fallas son las secciones poético-reflexivas de la novela. Hay un abuso de la enumeración y la paráfrasis, en general uno supone que un escritor ensaya una triada de frases para describir el matiz de un momento y al final selecciona la más afortunada, lo curioso en LRMT es que Fuentes nos regala las tres candidatas. En su búsqueda por la frase esférica, total, uno intuye ese pecado juvenil que se refleja en la incapacidad de no saber dejar afuera lo “apenitas”, el párrafo que se queda de “panzazo”. El resultado es un relato que con frecuencia se diluye en lo ineficaz y lo verboso. “Demasiadas notas” le dijo el emperador a Mozart luego de escuchar su ópera, y sin duda tenía razón. De manera análoga, alguien podría decir que si LRMT tuviese cien páginas menos sería una obra mucho más recomendable.

Quizás lo que define a un autor que aún está lejos de la madurez creativa es la frecuencia en el uso del “tremendismo”, la novela abunda en tragedias, asesinatos, gente achicharrada, accidentes. Fuentes es demasiado joven para evocar o sugerir, está impaciente por declarar, y en ese decir de más habita un error recurrente. Esto incluye los micro-tremendismos que pululan por las páginas de la novela: los personajes dan un puñetazo sobre la mesa con una impotencia que nadie nos explicó de dónde viene, o caen de rodillas llorando, o gritan pidiendo explicaciones sobre la existencia. No hay ninguna elaboración anterior a estas escenas “climáticas”, simplemente aparecen de pronto y nos dicen que debemos creerlas y sentirlas.

Para mi, Carlos Fuentes es un misterio, para ser escrita por un joven de 29 años, LRMT es una obra notable. Pero al mismo tiempo anuncia esa falta de profundidad y de proporción que Fuentes nos deja ver, por ejemplo, en El Espejo Enterrado. La novela es por varias razones importante, pero lo cierto es que también es un testimonio de esas desafortunadas limitaciones que perduraron a través de los años. Muchos de los errores que se pueden encontrar en LRMT, su primer libro, se duplican en Todas las familias felices, su última obra.

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